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La niña negra que ganó la batalla
al racismo en EEUU
Hace
50 años, en noviembre de 1960, una pequeña niña de seis años
asistía a su primer día de clases en la escuela primaria William
Frantz, en el estado de Luisiana, Estados Unidos.
Esa
niña era Ruby Bridges, que tuvo que ser escoltada por alguaciles
federales porque la escuela hasta entonces era exclusivamente para
blancos y Ruby era negra, en lo profundo del Sur estadounidense.
Aunque
la Corte Suprema de Justicia de EE.UU. había declarado la
segregación ilegal desde 1954, todavía había fuerte oposición de
parte de los gobiernos y ciertas comunidades en los estados sureños.
Bridges
asistió a clases durante todo un año sola, porque los padres de los
otros niños no querían que estuvieran cerca de ella debido al color
de su piel.
Cinco
décadas más tarde, habló con la BBC sobre su experiencia personal
y el vital papel que jugó en romper las barreras raciales en Estados
Unidos.
Recuerdo
que ese día todo el mundo parecía estar muy emocionado. Los
vecinos vinieron a la casa en la mañana para ayudarme a vestir para
la escuela. Alguien golpeó a la puerta y cuando mis padres abrieron
pude ver unos hombres blancos muy altos en trajes, con bandas
amarillas en los brazos. ‘Somos policías federales. Nos ha enviado
el presidente de Estados Unidos’. Estaban ahí para escoltarme a la
escuela.
La
escuela primaria Wiliam Frantz era exclusivamente para blancos.
Entré
al auto con ellos. No sentí miedo. Llegamos a la escuela y había
cantidades de personas en frente y agentes de policía a caballo y en
motocicletas. Todo parecía como un gran evento. Viviendo en Nueva
Orleans, pensé que se trataba de las fiestas de Mardi Gras.
Jamás
imaginé que todo eso era por mí. Los policías federales me tomaron
y me metieron rápidamente en el edificio hasta la oficina del
rector. Vi como la gente de afuera entraba apresurada y me miraban
por la ventana, gritando. Fueron a todas las aulas para sacar a sus
hijos. Se los llevaron a casa y nunca los dejaron regresar.
Siempre
hubo gritos y más gritos. Unos aparecían sosteniendo una pequeña
caja, que era un ataúd de bebé en el cual habían colocado una
muñeca negra.
Soledad
Cuando
regresé el segundo día, la escuela estaba vacía. El rector me
esperaba en el descanso de la escalera y me indicó dónde quedaba mi
clase. Cuando entré vi una mujer que dijo: ‘Hola, soy tu maestra
-mi nombre es Sra. Henry’. Lo primero que pensé fue, ‘¡Es
blanca!’, porque nunca había tenido una profesora blanca y no
sabía qué esperar.
Maestra
y alumna reunidas otra vez.
Resultó
ser la mejor maestra que jamás tuve y amé la escuela por ella. Era
una mujer que había llegado desde Boston para enseñarme porque los
profesores de la ciudad rehusaban darle clase a niños negros. Fue
como una segunda madre para mí y nos convertimos en las mejores
amigas.
No
falté un solo día ese año. Afuera la gente gritaba diciendo ‘la
vamos a ahorcar, la vamos a envenenar’. Recuerdo sentir mucho miedo
esos días. Pero estaba confusa, no entendía por qué lo hacían.
Mis
padres también sintieron la presión. Mi papá fue despedido de su
trabajo en una estación de gasolina cuando su jefe se enteró que
era su hija la que asistía a la escuela y los clientes se empezaron
a quejar.
Meses
más tarde caí en cuenta de lo que pasaba cuando me topé con otro
niño en la escuela que me dijo: “Mi mamá me dijo que no puedo
jugar contigo porque eres una negra”. Con eso entendí todo. Era
por el color de mi piel.
Me
sentía muy sola. Creo que eso fue lo peor, tener seis años y ningún
amigo. Muchas veces me preguntaba ‘¿Por qué yo?’, pero a medida
que crecí me empecé a dar cuenta del significado de ‘¿por qué
no yo?’. Ahora me siento feliz de lo que sucedió. Me siento
orgullosa de que mis padres aceptaron que fuera a esa escuela.
Como
afroamericanos en ese entonces, la gente pensaba que si realmente
querían ver cambios, tendrían que tomar el toro por las astas ellos
mismos y eso fue lo que hicieron. Pero siempre le digo a la gente que
hay mucho más camino por recorrer. Creo que uno se debe preguntar:
¿Qué he hecho yo?’, porque eso es lo que se va a necesitar, que
cada quien afirme ‘Esta es mi contribución, esto es lo que voy a
hacer’.
¿Qué fue de la primera niña afroamericana que fue a un colegio de blancos en EEUU?
Han pasado cuarenta y ocho años desde que Norman Rockwell
la inmortalizó en un lienzo. Una vez más el artista plasmó con su
acostumbrada carga de realidad lo que acontecía en la sociedad
norteamericana de la época. Quién iba a decir que la niña de trencitas y
vestido blanco que figura en la obra de Rockewell, El problema con el que todos convivimos, volvería a su escuela, al lugar en el que vivió una experiencia que quedaría marcada en su vida y en la historia de su país.
Tras el fallecimiento de su hermano, la agente de viajes Ruby Bridges
asumió la tutoría de sus sobrinas, las niñas empezaron a estudiar en la
escuela William Frantz y de un modo inesperado volvieron los recuerdos
de aquel traumático primer día de clases que conmocionó todo Nueva Orleans.
Cuando el psiquiatra Robert Coles
escribió un libro para niños contando su historia, todos quisieron
saber qué es lo que había pasado con esa niña de la pintura y qué había
sido de ella.
Era el otoño de 1960, Bridges se preparaba para asistir a su primer
día de escuela. Había en el ambiente un extraño sobresalto, mucha gente
alrededor de la casa, los vecinos se acercaban nerviosos y llamaron a la
puerta unos hombres que se identificaron como federales enviados por el
gobierno. Su misión era acompañar la niña a clase. ¿Por qué necesitaba
protección una pequeña de seis años? ¿A qué se debía tanta expectación?
Sus padres aceptaron el ofrecimiento de ‘La asociación nacional para
el adelanto de la gente de color’. En el Sur de Estados Unidos eran los
años de la lucha por los derechos civiles. Esa mañana la ciudad amaneció
revolucionada. Era la primera vez que una niña afroamericana asistía a
la escuela para blancos William Frantz.
Su llegada provocó gran caos y confusión. La gente le gritaba,
escupían a su paso y le tiraban cosas. Una mujer amenazó con envenenar
su comida, a partir de entonces Bridges tuvo que llevar el almuerzo
desde casa. Todos los maestros, menos la señora Henry que vino desde
Boston, se negaron a darle clases. La niña pasó su primer día de escuela
en la oficina de dirección, y no precisamente por mal comportamiento.
La insostenible situación impidió que pudieran trasladarla al salón
de clases. No podía comer en la cafetería, ni salir al recreo y hasta
para ir al baño los mariscales tenían que acompañarla por el pasillo.
Durante todo un año la maestra Henry enseñó a Bridges en un salón de
clases en el que no había más alumnos, porque los padres de algunos
niños decidieron dejar de llevarlos a la escuela.
Bridges recuerda que de todos los ataques que recibió, el que más la
asustó fue el de una mujer que se presentó en la escuela con un ataúd:
el ataúd llevaba una muñeca negra.
En la actualidad Bridges es madre de cuatro hijos y vive en Nueva
Orleans. La que fuera una “niña problema”, hoy es una mujer que busca
soluciones. Ruby Bridges Foundation
trabaja para promover la igualdad y la justicia social, centrando sus
esfuerzos en el desarrollo de la comunidad y en la mejoría de las
escuelas locales y nacionales. La fundación diseñó un programa
extraescolar que incentiva el entendimiento cultural a través del arte y
el servicio comunitario, y colabora en la organización de actividades
culturales como El Festival del Libro Infantil de Nueva Orleans.
Uno de los propósitos de Ruby Bridges es hacer de su antigua escuela
una escuela modelo, pues tras los desastres ocasionados por el huracán
Katrina el plantel quedó devastado. Para Bridges la desigualdad del Sur
sigue siendo un problema que ha mejorado solo en algunos aspectos. Por
eso insiste en el objetivo de que en la escuela, además de instrucción
académica, los niños reciban apoyo emocional y sus padres, orientación
en aspectos tan importantes como la salud, la estabilidad familiar e
información necesaria para que puedan acceder a ayudas estatales. Dice
que con el legado de su historia desea luchar para apartar a las nuevas
generaciones del resentimiento y el odio, “para que puedan abrazar sus
diferencias raciales y culturales y avanzar”, con el fin de intentar
hacer realidad el sueño de Martin Luther King.
Cuando la pequeña Bridges regresó de sus vacaciones de verano, las
“cheerleaders”, como se conocía al grupo de madres que la insultaba cada
día, ya no estaban. Los recreos dejaron de ser solitarios y ya no era
la única niña afroamericana en la escuela. El recién nombrado alcalde de
la ciudad se comprometió al mantenimiento del orden. Asignó una
vigilancia a cargo de sesenta policías en cada una de las escuelas
implicadas en el proceso de integración, que para entonces habían
captado la atención de la prensa. El plan de la nueva administración
funcionó. La niña que se presentó a clases con una escolta de mariscales
había dado el primer paso para que se produjera el cambio.
Aquel acto de valentía desafió las normas sociales de la época y
acarreó consecuencias poco favorables para la familia Bridges. El padre
fue despedido de su empleo y sus abuelos perdieron sus tierras. Algunas
familias blancas continuaron enviado a sus hijos a la escuela William
Frantz y Ruby Bridges resistió estoicamente el temporal. A pesar de
todas las protestas y ataques, nunca lloró ni se dejó amedrentar por los
gritos de la gente que le mostraba desprecio; caminaba erguida, oraba
durante todo el camino, como le había aconsejado su madre, y avanzaba
con la cabeza alta y el semblante seguro del que nada teme. Después de
todo, ella no tenía ningún problema.